Todavía no era una persona lúcida y ya le asaltaban un montón de recuerdos. Tenía que dejar de acostarse borracho. Pero ahora era tarde para lamentos inconsistentes. Ya estaban ahí, ya no podía evitarlos.
Recordaba la bibliotecaria en prácticas de su primera relación. Le prestó la Retórica y la Poética antes de finalizar su contrato de duración determinada. Y se fue con su finiquito de besos uniformemente desacompasados.
En el otro extremo recordaba la última. Se habían terminado las palabras, quitaban tiempo para follar. Sí, básicamente una Máquina de follar. Fuera de la cama nada de Metafísica ni palabras raras.
En medio de esta dicotomía antagónica estaban las otras.
Las que alteraron su República interior. Las que ahuyentaron sus Demonios. Y las que no hicieron nada, solo vivir en Un mundo feliz con periodos de Guerra y paz.
Estaban las que enamoró con Poemas de otros, sonrisas propias y tonterías de juventud. También las que compartieron esa Metamorfosis llamada adolescencia. El momento en que en los pies se extingue la sensación de jugar a Rayuela.
Recordaba cuando tres eran multitud. Cuando fue un narrador externo en una relación que no le pertenecía y quiso protagonizar su Evangelio según Jesucristo. Terminó desapareciendo atosigado por la omnipresente vigilancia de 1984.
Había un recuerdo que no esperaba. Creía haberlo desterrado para siempre. Pero ahora estaba ahí, junto a los otros constatando que se había equivocado. Que las criaturas modeladas como el doctor Frankenstein siempre acaban jurando venganza.
Por supuesto hacia rato que Ella vigilaba sus coqueteos con los recuerdos de otras. El recuerdo de Ella era mucho más nítido que cualquier otro. Le sobrecogía la claridad blanca y fría en la que emprendió la cacería valiente y decidido cual Lobo estepario rechazado por la manada. Disfrutaba de los colores cálidos de los momentos felices y mitigaba los amargos metiéndolos en un color Azul tempestad. En una oscuridad sencilla y sin ningún adorno para el Crepúsculo de los ídolos. Cuando dejó de ser libre escapó como Papillon, pero continuamente miraba atrás con la desesperanza del prófugo.
Mierda.
Se habían ido todos, a veces ocurría. De repente todos los recuerdos desaparecían.
Entonces sus alcoholizadas pupilas distorsionan la realidad en Luces de bohemia mientras en un ábaco él descuenta los que le quedan para cumplir sus Cien años de soledad.
domingo, junio 6
Suscribirse a:
Entradas (Atom)